Señor presidente.
Usted abrió el regalo navideño que recibió por adelantado en noviembre y se encontró con un juguete bien empaquetado pero desmontado, descolorido y lleno de arañazos. La rabia contenida al descubrir que ese mecano ibérico estaba roto la ha tenido que disimular y se escondió durante un tiempo. Quiso volver a ser el soñador de la bandera grande, el soñador que jugaba con los conceptos y los preceptos. Buscó la falda de la madre España, pero la madre se había ido con demasiados, se había repartido por el territorio, y los chulos de fuera también la querían, y empezaron a acosarla y usted, buen hijo de bandera y soldados de plástico, no pudo evitar ver a la madre violada una y otra vez por sus proxenetas, salidos de los antros más atroces, mercaderes despiadados que rasgan a las madres y los juguetes de los niños que sueñan con países que quizás sólo existan en su cuarto de juegos.
Señor presidente.
Sus amigos del patio quieren que siga pensando que la madre es suya, que la patria es suya. Le animan a creer que merece la pena salir a ese prostíbulo europeo, donde la madame sado, sin necesidad de cubrirse el rostro con el cuero negro, la expone impúdicamente en los escaparates, para que los clientes mundiales lascivos e insaciables, elijan entre las prostitutas de países pobres, traídas en bodegas de barcos saqueados por sus oficiales. Y entre ellas, a la madre, de la que mamaron muchos hijos y muchos padres.
Hasta ahora hemos tenido chulos nacionales, bandoleros de patilla y pelo engominado, de fino y brindis a las tropas, de peineta y sotana recia. Chulos de costa y tumbona chancletera, chulos de barrio perfumado con la gasolina cara que tragan los ocho cilindros y sus caballos. Chulos de misa multitudinaria, de oraciones a los poderes divinos, visibles como focos de luz tétrica sobre un mar de almas bendecidas por la superstición. Chulos que juzgaban la osadía de otros y la condenaban al ostracismo. El más chulo se cargaba un elefante tras una noche agitada en un hotel de mil estrellas y mil infidelidades.
Chulos multinacionales, instalados con bajo coste y alto beneficio, esquilmando el comercio y recursos locales, abaratando costes a base de incrementar dolor y desamparo de familias enteras despedidas, arrojadas a los jinetes del apocalipsis, condenados a mendigar, dolorosa condición olvidada. Chulos locales, provinciales y consistoriales, que ponen a las puertas del club a sus guardias, a sus funcionarios y sus luces frías más llamativas. Chulos de aquí, con denominación de origen.
Ahora deja a la madre en manos extrañas, vendida con interés variable, según el placer proporcionado. Y quieren fornicar sobre ella sin descanso, todos los días. Ajando sus entrañas, mientras asistimos al espectáculo del perdón de los pecados financieros e impositivos a los grandes chulos del estado.
Señor, usted es el mensajero, ya no es el presidente. Le han dicho que los reyes son los mercados y que los juguetes hay que pagarlos, aunque siguen viniendo sobre camellos mortales.
Y ahora nosotros, que también somos hijos de la madre violada, sangramos por dentro, y usted nos envía a la calle, a que delincamos, a que nos prostituyamos, a que empuñemos armas despreciadas. Usted nos ofrece la posibilidad de morir y donarlo todo a los chulos, dejar el sitio a nuevos hijos, esclavos de la delincuencia y el terror. No quiere reconocer que también es nuestra madre, nos expulsa de su lado mientras usted y sus amigos de patio, se aferran a sus pechos, succionando, mientras asiste diariamente a la violación, y la presenta como un éxito.
Señor. No aplauda la miseria que impone. No permita vítores hacia la destrucción de la igualdad, la fraternidad (¿que puede significar para usted verdad?), la libertad. Usted es un incompetente presidente y un mal ciudadano, un activo tóxico, producto de intrigas políticas y conspiraciones de poder. Usted ha mentido mucho porque la mentira es su forma de vida y porque le miente a los pobres que le sobran en su fuerte de soldaditos de plástico. Pero usted sólo es un carnet, una foto junto a una bandera, un himno sin letra, que utiliza para que otros niños le acepten en el recreo, mientras otros le quitan la merienda, violan a su madre patria y le aplauden sus trabalenguas.
Hasta para engañar hay que tener habilidad, y usted, esa condición política, no la cumple.
Cambie de juego o cambie de madre.
1 comentario:
Mis saludos azules desde lejos...
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