Lo normal es cumplir la ley, la costumbre y los
principios generales de la rutina.
Lo normal es coincidir a ratos para comer en familia,
mientras se reclama silencio para atender al hombre
de la tele,
halagar a la cocina, o escuchar al cuñado sabio que
opina de economía.
Lo normal es pasear una tarde por el supermercado
y no llevar monedas para desenganchar el carro.
Llevar apuntada una lista donde no se entiende la
letra
y olvidar lo necesario.
Cambiarte de caja justo cuando está cerrando.
Preguntarte si había necesidad de meterse ese día, a
esa hora, en ese parque temático.
Lo normal es estar al tanto de las ofertas
y bailar el vals del comercio:
Dos por uno, tres por cuatro,
probar con el
rasca y gana,
acudir a la semana fantástica.
Lo normal es tener un coche,
dedicar una mañana soleada a pasarle un trapo, hasta
que se le vea el alma,
escupir al reflejo del parabrisas, aspirar los
desperdicios, sacudir las alfombrillas.
O limpiarlo en el túnel de lavado;
observar como el jabón y la espuma cubren los
cristales
y el coche avanza lentamente a través del útero de
limpieza.
"Agua bautismal
osmotizada, que quita el pecado y las impurezas de la chapa".
Y el ocupante fabula que la máquina se ha estropeado
y que cuando salga, si es que sale, aparecerá en un
lugar extraño
o en medio del Jardín de la Delicias, con mujeres
lascivas luchando por extenuar su cuerpo.
Lo normal es que no te esperen para ocupar el
ascensor cuando te ven en el portal,
que te
encuentres ceniza en la ropa tendida y nadie fume en la ventana.
Que pierdas las relaciones laborales una vez que te
han despedido.
Lo normal produce seguridad y tristeza,
vuelca su contenido insípido sobre el agua tibia y
da vueltas o cae al fondo.
Lo normal es que para alguien el mendigo de la acera
no exista.
Lo normal es no creer a los representantes y acudir
a votarlos.
Lo normal es haber deseado los juguetes ajenos,
las mujeres ajenas,
el dinero ajeno.
Lo normal es tener una creencia, una dolencia,
firmes convicciones.
Tener una idea política, una manía cíclica, una
costumbre típica.
Que no percibas el crecimiento de un árbol ni la
rotación de la tierra.
Lo normal es asomarse a un pozo y tirar una piedra,
esconder la cabeza cuando explota una bomba,
lamentar las muertes y seguir cenando.
Lo normal es una sábana en la que escondemos el
rostro,
mientras una sombra nos avanza.
Lo normal es ver sólo la punta de un iceberg,
que se desplaza mientras se descompone.