Nunca me faltó un
sacapuntas,
afilaba los lápices
hasta convertirlos en un arma
y pasaba los dedos por
la punta,
el primer herido quería
ser yo.
Siempre se partía el
grafito al escribir
y volvía a afilar.
Presionaba hasta ver la
sangre del papel,
brotando al ritmo de mi fantasía.
La goma nunca borraba
del todo.
Un buen examinador
conoce
donde están los
errores, las marcas, las señales.
En su juicio está
sancionarlos.
Algunas faltas no
prescriben a los cinco años.
El compás era una mujer
que cerraba las piernas
en el último momento,
se esparcía la tinta
me hacía empezar de
nuevo.
Sólo cuando lo
dominabas
se conseguía el círculo
perfecto.
Siempre quise
introducir en el sacapuntas un dedo,
y darle vueltas hasta
conseguir hacer de él
la extremidad de un
escritor.
1 comentario:
Al final no te hizo falta introcuir el dedo en el sacapuntas.
Besos
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