Primero fueron los ojos,
después las manos; los brazos
los labios, las caderas
los pechos, las piernas
el aliento, la sed.
El índice recorría el muslo lentamente,
dibujando una palabra o un látigo,
subía a por agua y bajaba,
rodeaba el tobillo y lo dejaba,
ascendía al arco de la espalda
y reunía al corazón y al anular;
sin palabras.
La palma se extendía
y buscaba ser admitida con el jadeo,
el pecho aspiraba aire y rozaba
certero donde alcanza el tirador.
La lengua se movía en su pecera
y revisaba cada arrecife de coral,
ardían las mejillas,
se erizaba la cama.
Bajé a la vida
y me quedé a dos centímetros del surco,
rozando con la sombra lo que ya era aroma
de invitación entregada.
Estaba la noche apagada
y dábamos rodeos
como órbitas amaestradas.
1 comentario:
No soy la única que consigue enardecer con palabras, señor ;)
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